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  7.Obediencia y Santificacion
 

 

 
Libros de Elena G de White

Fe y Obras


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7.Obediencia y Santificacion:




"Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante" (Efe. 5: 2).  En toda la plenitud de su divinidad, en toda la gloria de su inmaculada humanidad, Cristo se dio a sí mismo por nosotros como un sacrificio completo y gratuito, y todo el que acude a El debería aceptarlo como si fuera el único por quien el precio ha sido pagado.  Así como en Adán todos mueren, en Cristo todos serán vivificados; porque los obedientes resucitarán para inmortalidad, y los transgresores resucitarán para sufrir la muerte, la penalidad de la ley que han quebrantado.

La obediencia a la ley de Dios es santificación.  Hay muchos que tienen ideas erróneas respecto a esta obra en el alma, pero Jesús oró que sus discípulos fueran santificados por medio de la verdad, y añadió: "Tu palabra es verdad" (Juan 17: 17).  La santificación no es una obra instantánea sino progresiva, así como la obediencia es continua.  En tanto Satanás nos apremie con sus tentaciones, tendremos que librar una y otra vez la batalla por el dominio propio; pero mediante la obediencia, la verdad santificará el alma.  Los que son leales a la verdad han de superar, por medio de los méritos de Cristo, toda debilidad de carácter que los ha llevado a ser modelados por cada una de las diversas circunstancias de la vida.

El engaño y la trampa de Satanás

Muchos han tomado la posición de que no pueden pecar porque están santificados, pero ésta es 88 una trampa engañosa del maligno.  Hay un constante peligro de caer en pecado, porque Cristo nos ha amonestado a velar y orar para que no caigamos en tentación.  Si somos conscientes de la debilidad del yo, no nos confiaremos en nosotros mismos ni seremos indiferentes al peligro, sino que sentiremos la necesidad de acudir a la Fuente de nuestra fortaleza: Jesús, nuestra justicia.  Hemos de allegarnos con arrepentimiento y contricción, con una desesperada sensación de nuestra propia debilidad finita, y aprender, que debemos acudir diariamente a los méritos de la sangre de Cristo, a fin de que lleguemos a ser vasos apropiados para el uso del Maestro.

Mientras así dependemos de Dios no seremos hallados en guerra contra la verdad, sino que siempre estaremos habilitados para ponernos de parte de la justicia.  Deberíamos aferrarnos a la enseñanza de la Biblia y no seguir las costumbres y tradiciones del mundo, los dichos y hechos de los hombres.

Cuando surgen errores y son enseñados como verdad bíblica, los que están conectados con Cristo no confiarán en lo que dice el ministro, sino que -como los nobles bereanos- escudriñarán cada día las Escrituras para ver si estas cosas son así.  Al descubrir cuál es la palabra del Señor, se pondrán de parte de la verdad.  Oirán la voz del verdadero Pastor, que dice: "Este es el camino, andad en él".  De esa manera serán instruidos papa hacer de la Biblia su consejero, y no oirán ni seguirán la voz de un extraño.

Dos lecciones

Si el alma ha de ser purificada y ennoblecida, y hecha idónea para las cortes celestiales, hay dos lecciones que tienen que ser aprendidas: abnegación y dominio propio.  Algunos aprenden estas importantes lecciones más fácilmente que otros, porque 89 están formados en la sencilla disciplina que el Señor les da con dulzura y amor.  Otros necesitan la lenta disciplina del sufrimiento, para que el fuego purificador pueda depurar sus corazones de orgullo y autosuficiencia, de pasión mundanal y amor propio, a fin de que pueda surgir el oro genuino del carácter y puedan llegar a ser vencedores mediante la gracia de Cristo.

El amor de Dios fortalecerá el alma, y por la virtud de los méritos de la sangre de Cristo podemos permanecer incólumes en medio del fuego de la tentación y las pruebas;  pero ninguna otra ayuda puede tener valor para salvar, sino la de Cristo, nuestra justicia, el cual nos ha sido hecho sabiduría y santificación y redención.

La verdadera santificación es nada más y nada menos que amar a Dios con todo el corazón, caminar en sus mandamientos y estatutos sin mácula.  La santificación no es una emoción sino un principio de origen celestial que pone todas las pasiones y todos los deseos bajo el control del Espíritu de Dios; y esta obra es realizada por medio de nuestro Señor y Salvador.

La santificación espuria no lleva a glorificar a Dios, sino que induce a quienes pretenden poseerla a exaltarse y glorificarse a sí mismos.  Cualquier cosa que sobrevenga en nuestra experiencia, sea de alegría o de tristeza, que no refleje a Cristo ni lo señale como su autor, glorificándolo a El y sumergiendo al yo hasta hacerlo desaparecer de la vista, no es una genuina experiencia cristiana.
Cuando la gracia de Cristo se implanta en el alma mediante el Espíritu Santo, el que la posee se volverá humilde en espíritu y procurará asociarse con aquellos cuya conversación versa sobre temas celestiales.  Entonces el Espíritu tomará las cosas de Cristo y nos las mostrará y glorificará, no al receptor, 90 sino al Dador.  Por lo tanto, si tú tienes la sagrada paz de Cristo en tu corazón, tus labios se llenarán de alabanza y gratitud a Dios.  Tus oraciones, el cumplimiento de tu deber, tu benevolencia, tu abnegación, no serán el tema de tu pensamiento o conversación, sino que magnificarás a Aquel que se dio a sí mismo por ti cuando aún eras pecador.  Dirás: "Me entrego a Jesús.  He hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas".  Al alabarlo a El, recibirás una preciosa bendición, y toda la alabanza y la gloria por lo que es hecho por medio de ti serán atribuidas a Dios.

Ni turbulento ni ingobernable

La paz de Cristo no es un elemento turbulento e ingobernable que se manifieste en voces estentóreas y ejercicios corporales.  La paz de Cristo es una paz inteligente, y no induce a quienes la poseen a llevar las señales del fanatismo y la extravagancia.  No es un impulso errático sino una emanación de Dios.

Cuando el Salvador imparte su paz al alma, el corazón está en perfecta armonía con la Palabra de Dios, porque el Espíritu y la Palabra concuerdan.  El Señor cumple su Palabra en todas sus relaciones con los hombres.  Es su propia voluntad, su propia voz, revelada a los hombres, y El no tiene una nueva voluntad, ni una nueva verdad, aparte de su Palabra, para manifestar a sus hijos.  Si tienen una maravillosa experiencia que no está en armonía con expresas instrucciones de la Palabra de Dios, bien harían en dudar de ella, porque su origen no es de lo alto.  La paz de Cristo viene por medio del conocimiento de Jesús, a quien la Biblia revela.

Si la felicidad proviene de fuentes ajenas y no del Manantial divino, será tan variable como cambiantes son las circunstancias; pero la paz de Cristo es 91 una paz constante y permanente.  No depende de circunstancia alguna de la vida, ni de la cantidad de bienes mundanales, ni del número de amigos terrenales.  Cristo es la fuente de aguas vivas, y la felicidad y la paz que provienen de El nunca faltarán, porque El es un manantial de vida.  Los que confían en El pueden decir: "Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.  Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza.  Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo" (Sal. 46: 1-4).

Tenemos motivo de incesante gratitud a Dios porque Cristo, por su perfecta obediencia, reconquistó el cielo que Adán perdió por su desobediencia.  Adán pecó, y los descendientes de Adán comparten su culpa y las consecuencias; pero Jesús cargó con la culpa de Adán, y todos los descendientes de Adán que se refugien en Cristo, el segundo Adán, pueden escapar, de la penalidad de la transgresión.  Jesús reconquistó el cielo para el hombre soportando la prueba que Adán no pudo resistir; porque El obedeció la ley a la perfección, y todos los que tengan una concepción correcta del plan de redención comprenderán que no pueden ser salvos mientras estén transgrediendo los sagrados preceptos de Dios.  Deben dejar de transgredir la ley y deben aferrarse a las promesas de Dios que están a nuestra disposición por medio de los méritos de Cristo.

No hay que confiar en los hombres

Nuestra fe no debe apoyarse en la capacidad de los hombres sino en el poder de Dios.  Es peligroso confiar en los hombres, aun cuando puedan haber 92 sido usados como instrumentos de Dios para realizar una obra grande y buena.  Cristo debe ser nuestra fortaleza y nuestro refugio.  Los mejores hombres pueden desviarse de su rectitud, y la mejor religión, cuando se corrompe, es siempre la más peligrosa en su influencia sobre las mentes.  La religión pura y viva consiste en la obediencia a toda palabra que sale de la boca de Dios.  La justicia exalta a una nación, y la falte de ella degrada y corrompe al hombre.

"Crean, tan sólo crean"

Hoy en día se pronuncian desde los púlpitos las siguientes palabras: "Crean, tan sólo crean.  Tengan fe en Cristo; no tienen nada que hacer con la antigua ley; tan sólo confíen en Cristo". ¡Cuán diferentes son estas palabras de las del apóstol que declara que la fe sin obras es muerta.  El dice: "Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos" (Sant. 1: 22).  Debemos poseer la fe que obra por amor y purifica el alma.  Muchos procuran sustituir una fe superficial con una vida recta y piensan que por medio de esto obtendrán la salvación.

El Señor requiere en la actualidad exactamente lo que requirió de Adán en el Edén: la perfecta obediencia a la ley de Dios.  Debemos poseer una rectitud sin ningún defecto, sin tacha alguna.  Dios dio a su Hijo para que muriera por el mundo, pero El no murió para abrogar la ley que era santa y justa y buena.  El sacrificio de Cristo en el Calvario es un argumento incontestable que muestra la inmutabilidad de la ley.  Su penalidad fue sufrida por el Hijo de Dios en favor del hombre culpable, para que mediante los méritos de Aquel, el pecador pudiera por la fe en su nombre obtener la virtud de su carácter inmaculado. 93

Se le dio al pecador una segunda oportunidad de guardar la ley de Dios mediante la fortaleza de su divino Redentor.  La cruz del Calvario condena para siempre la idea que Satanás ha colocado delante del mundo cristiano -que la muerte de Cristo abolió no solamente el sistema típico de sacrificios y ceremonias sino también la inmutable ley de Dios, el fundamento de su trono, la transcripción de su carácter.

Por medio de todos los artificios posibles Satanás ha procurado invalidar la eficacia del sacrificio del Hijo de Dios, hacer que su expiación sea inútil y su misión un fracaso.  Ha sostenido que la muerte de Cristo hizo innecesaria la obediencia a la ley y permitió que el pecador obtuviera, sin abandonar el pecado, el favor de un Dios santo.  Ha declarado que la norma del Antiguo Testamento fue rebajada en el Evangelio y que los hombres pueden acudir a Cristo, no para ser salvados de sus pecados sino en sus pecados.
Pero cuando Juan vio a Jesús, anunció su misión diciendo: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1: 29).  Para toda alma arrepentida, el mensaje es: "Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Isa. 1: 18). 94
 




  

 
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