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  12.Aceptados por Cristo
 

 

 
Libros de Elena G de White

Fe y Obras


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12.Aceptados por Cristo:




"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3: 16).  Este mensaje es para el mundo, pues "todo aquel" significa que cualquiera y todos los que cumplan con la condición pueden compartir la bendición.  Todos los que contemplen a Jesús, creyendo en El como su Salvador personal, no se perderán, mas tendrán vida eterna.  Se ha hecho completa provisión para que nosotros podamos tener el galardón eterno.
Cristo es nuestro sacrificio, nuestro sustituto, nuestro garante, nuestro divino intercesor; El nos ha sido hecho justificación, santificación y redención.  "Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios" (Heb. 9: 24).

La intercesión de Cristo en nuestro favor consiste en presentar sus méritos divinos en ofrenda de sí mismo al Padre como nuestro sustituto y garante; porque El ascendió al cielo para hacer expiación por nuestras transgresiones. "Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.  Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (1 Juan 2: 1, 2).  "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados" (1 Juan 4: 10).  "Puede también salvar perpetuamente a los que por 110 él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (Heb. 7: 25).

Por estos pasajes resulta evidente que no es la voluntad de Dios que seas caviloso y tortures tu alma con el temor de que Dios no te aceptará porque eres pecador e indigno. "Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros" (Sant. 4: .  Presenta tu caso delante de El, invocando los méritos de la sangre derramado por ti en la cruz del Calvario.  Satanás te acusará de ser un gran pecador, y tú debes admitirlo, pero puedes decir: "Sé que soy pecador,  y esa es la razón por la cual necesito un Salvador.  Jesús vino al mundo para salvar pecadores.  ' La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado' (1 Juan 1: 7).  'Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad' ' (vers. 9).  No hay en mí mérito o bondad por la cual pueda reclamar la salvación, pero presento delante de Dios la sangre totalmente expiatorio del inmaculado Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.  Este es mi único ruego.  El nombre de Jesús me da acceso al Padre.  Su oído, su corazón, estáis abiertos a mi súplica más débil, y El suple mis necesidades más profundas".

Esto es justificación

Es la justicia de Cristo lo que hace que el pecador penitente sea aceptable ante Dios y lo que obra su justificación.  No importa cuán pecaminosa haya sido su vida, si cree en Jesús como su Salvador personal, comparece delante de Dios con las vestiduras inmaculadas de la justicia imputada de Cristo.

El pecador que tan recientemente estaba muerto en transgresiones y pecados es vivificado por la fe en Cristo.  Ve, mediante la fe, que Jesús es su Salvador, y, vivo por los siglos de los siglos, puede salvar "perpetuamente a [todos] los que por él se acercan a 111 Dios".  En la expiación realizada en su favor el pecador ve tal anchura y longitud y altura y profundidad ve tal plenitud de salvación, comprada a un costo tan infinito que su alma se llena de loor y gratitud.  Ve como en un espejo la gloria del Señor y es transformado en la misma imagen como por el Espíritu del Señor.  Ve el manto de Injusticia de Cristo, tejido en el telar del cielo, forjado por su obediencia e imputado al alma arrepentida mediante la fe en su nombre.

Cuando el pecador percibe los incomparables encantos de Jesús, el pecado deja de parecerle atractivo; porque contempla al Señalado entre diez mil, a Aquel que es enteramente codiciable.  Verídica por experiencia personal el poder del Evangelio, cuya vastedad de designio es igualada únicamente por su preciosidad de propósito.

Tenemos un Salvador viviente.  No se halla en el sepulcro nuevo de José; resucitó y ascendió al cielo como Sustituto y Garante de cada alma creyente. "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rom. 5:1). El pecador es justificado por los méritos de Jesús, y esto es el reconocimiento de Dios de la perfección del rescate pagado en favor del hombre.  El hecho de que Cristo fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, es prenda de la aceptación del pecador arrepentido por parte del Padre.  Entonces, ¿nos permitiremos tener una experiencia vacilante de dudar y creer, creer y dudar?  Jesús es la prenda de nuestra aceptación por parte de Dios.  Tenemos el favor de Dios, no porque haya mérito alguno en nosotros, sino por nuestra fe en "el Señor, nuestra justicia".

Jesús está en el Lugar Santísimo, para comparecer por nosotros ante la presencia de Dios.  Allí, no cesa de presentar a su pueblo momento tras momento, 112 como completo en El.  Pero, por estar así representados delante del Padre, no hemos de imaginar que podemos abusar de su misericordia y volvernos descuidados, indiferentes y licenciosos.  Cristo no es el ministro del pecado.  Estamos completos en El, aceptados en el Amado, únicamente si permanecemos en El por fe.

Nunca podemos alcanzar la perfección por medio de nuestras propias obras buenas.  El alma que contempla a Jesús mediante la fe, repudia su propia justicia.  Se ve a sí misma incompleta, y considera su arrepentimiento como insuficiente, débil su fe más vigorosa, magro su sacrificio más costoso; y se abate con humildad al pie de la cruz.  Pero una voz le habla desde los oráculos de la Palabra de Dios.  Con asombro escucha el mensaje: "Vosotros estáis completos en él".  Ahora todo está en paz en su alma.  Ya no tiene que luchar más para encontrar algún mérito en sí mismo, algún acto meritorio por medio del cual ganar el favor de Dios.

Una verdad difícil de entender

Al contemplar al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, halla la paz de Cristo; porque el perdón está escrito, junto a su nombre, y él acepta la Palabra de Dios: "Vosotros estáis completos en él" (Col. 2: 10). ¡Cuán difícil es para la humanidad por largo tiempo acostumbrada a acariciar dudas, entender esta gran verdad! Pero ¡qué paz trae al alma, qué energía vital! Al mirarnos a nosotros mismos en busca de justicia por medio de la cual ¡callar aceptación ante Dios, mirarnos en la dirección equivocada, "por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Rom. 3: 23).  Debemos mirar a Jesús; porque "nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen"  (2 Cor. 3: 18). 113 Ustedes han de hallar su plenitud contemplando al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Al comparecer delante de la quebrantada ley de Dios, el pecador no puede purificarse a sí mismo; pero, creyendo en Cristo, es el objeto de su amor infinito y es revestido con su inmaculada justicia.  En favor de los que creen en Cristo, Jesús oró: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. . . para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.  La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno" (Juan 17: 17-22).  "Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste.  Y  les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos" (vers. 25, 26).

¿Quién puede comprender la naturaleza de esa justicia que restaura al pecador creyente, presentándolo ante Dios sin mancha ni arruga ni cosa semejante?  Tenemos de Dios la palabra empeñada de que Cristo nos ha sido hecho justificación, santificación y redención.  Dios nos conceda que podamos confiar en su palabra con confianza implícita, y disfrutemos su más rica bendición.  "Pues el Padre mismo os ama,  porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios" (Juan 16: 27). 114
 




  

 
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