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  9.Nuestro Sumo Sacerdote en el Lugar Santisimo
 

 

 
Libros de Elena G de White

Cristo en su Santuario


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9.Nuestro Sumo Sacerdote en el Lugar Santisimo:



El asunto del santuario fue la clave que aclaró el misterio de la desilusión de 1844.  Reveló todo un sistema de verdades que formaban un conjunto armonioso y demostraban que la mano de Dios había dirigido el gran movimiento adventista, y al poner de manifiesto la situación y la obra de su pueblo le indicaba cuál era su deber de allí en adelante.  Como los discípulos de Jesús, después de la noche terrible de su angustia y desengaño, "se gozaron viendo al Señor", así también se regocijaron ahora los que habían esperado con fe su segunda venida.  Habían esperado que vendría en gloria para recompensar a sus siervos.  Como sus esperanzas se vieron frustradas, perdieron de vista a Jesús, y con María al lado del sepulcro exclamaron: "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto".  Entonces en el lugar santísimo, contemplaron otra vez a su compasivo Sacerdote que debía aparecer pronto como su rey y libertador.  La luz del santuario iluminaba lo pasado, lo presente y lo por venir.  Supieron que Dios los había guiado por su providencia infalible.  Aunque, como los primeros discípulos, ellos mismos no habían comprendido el mensaje que daban, éste había sido correcto en todo sentido.  Al proclamarlo habían cumplido los designios de Dios, y su labor no había sido vana en el Señor.  Reengendrados "en esperanza viva", se regocijaron "con gozo inefable y glorificado".

Tanto la profecía de Daniel 8: 14: "Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; luego el Santuario será purificado", como el mensaje del primer ángel: "¡Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio!" señalaban 113 el ministerio de Cristo en el lugar santísimo, el juicio investigador, y no la venida de Cristo para la redención de su pueblo y la destrucción de los impíos.  El error no estaba en el cómputo de los períodos proféticos, sino en el acontecimiento que debía verificarse al fin de los 2.300 días.  Debido a este error los creyentes habían sufrido un desengaño; sin embargo, se había realizado todo lo predicho por la profecía, y todo lo que alguna garantía bíblica permitía esperar.  En el momento mismo cuando estaban lamentando sus esperanzas defraudadas, se había realizado el acontecimiento que estaba predicho por el mensaje, y que debía cumplirse antes que el Señor pudiera aparecer para recompensar a sus siervos.

Cristo había venido, no a la tierra, como ellos lo esperaban, sino había entrado en el lugar santísimo del templo de Dios en el cielo como había sido prenunciado en el símbolo.  El profeta Daniel lo describe como presentándose en ese momento ante el Anciano de días: "Estaba mirando en visiones de la noche, y he aquí que sobre las nubes del cielo venía Uno parecido a un hijo de hombre; y vino" -no a la tierra, sino, "al Anciano de días, y le trajeron delante de él" (Dan. 7: 13, VM).

Esta venida está predicha por el profeta Malaquías: "Repentinamente vendrá a su Templo el Señor a quien buscáis: es decir, el Ángel del Pacto, en quien os deleitáis; he aquí que vendrá, dice Jehová de los Ejércitos" (Mal. 3: 1, VM).  La venida del Señor a su templo fue repentina, inesperada para su pueblo. Este no lo esperaba allí.  Esperaba que viniera a la tierra, "en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio" (2 Tes. 1: .

Pero la gente no estaba aún preparada para ir al encuentro de su Señor.  Todavía tenía que cumplirse una obra de preparación.  Se le tenía que proporcionar una luz que dirigiera su espíritu hacia el templo de Dios en el cielo; y mientras siguiera allí por fe a su Sumo Sacerdote en el desempeño de su ministerio, 114 se le revelarían nuevos deberes.  Debía darse a la iglesia otro mensaje de advertencia e instrucción.

El profeta dice: "Pero quién es capaz de soportar el día de su advenimiento? ¿y quién podrá estar en pie cuando él apareciera? porque será como el fuego del acrisolador, y como el jabón de los bataneros; pues que se sentará como acrisolador y purificador de la plata; y purificará a los hijos de Leví; y los afinará como el oro y la plata, para que presenten a Jehová ofrenda en justicia"  (Mal. 3: 2, 3, VM). Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios santo, sin mediador.  Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión.  Por la gracia de Dios que dio eficacia a sus diligentes esfuerzos, deberán ser vencedores en la lucha con el mal.  Mientras prosigue el juicio investigador en el cielo, mientras se eliminan del santuario los pecados de los creyentes arrepentidos, debe llevarse a cabo una obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra.  Esta obra se presenta con mayor claridad en los mensajes del capítulo 14 de Apocalipsis.

Cuando esta obra se haya consumado, los discípulos de Cristo estarán listos para su venida: "Entonces la ofrenda de Judá y de Jerusalén será grata a Jehová, como en los días de la antigüedad, y como en los años de remotos tiempos" (Mal. 3:4, VM).  Entonces la iglesia que nuestro Señor recibirá para sí será una "iglesia gloriosa, no teniendo mancha, ni arruga, ni otra cosa semejante" (Efe. 5: 27, VM).  Entonces ella aparecerá "como el alba; hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejército con banderas tremolantes" (Cant. 6: 10, VM).

Además de la venida del Señor a su templo, Malaquías predice también su segundo advenimiento, su venida para la ejecución del juicio; "y seré veloz testigo contra los hechiceros, y contra los adúlteros, y contra los que juran en falso, 115 y contra los que defraudan al jornalero de su salario, y oprimen a la viuda y al huérfano, y apartan al extranjero de su derecho; y no me temen a mí, dice Jehová de los Ejércitos" (Mal. 3: 5, VM).  Judas se refiere a la misma escena cuando dice: "¡He aquí que viene el Señor, con las huestes innumerables de sus santos ángeles, para ejecutar juicio sobre todos, y para convencer a todos los impíos de todas las obras impías que han obrado impíamente!" (Jud. 14, 15, VM). Esta venida y la del Señor a su templo son acontecimientos distintos que han de realizarse por separado.

Fundamento bíblico

La venida de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote al lugar santísimo para la purificación del santuario, de la que se habla en Daniel 8: 14; la venida del Hijo del hombre al lugar donde está el Anciano de días, tal como se presenta en Daniel 7: 13; y la venida del Señor a su templo, predicha por Malaquías, son descripciones del mismo acontecimiento representado también por la venida del Esposo a las bodas, descripta por Cristo en la parábola de las diez vírgenes, según Mateo 25.

En el verano y el otoño de 1844* se lanzó esta proclama: "¡He aquí que viene el Esposo!" Se conocieron entonces las dos clases de personas representadas por las vírgenes prudentes y fatuas: una, la que esperaba con regocijo la aparición del Señor y se había preparado diligentemente para ir a su encuentro; la otra que, presa del temor y al obrar por impulso, se había dado por satisfecha con la teoría de la verdad, pero estaba destituida de la gracia de Dios.  En la parábola, cuando vino el Esposo, "las que estaban preparadas entraron con él a las bodas".  La venida del Esposo, presentada aquí, se verifica antes de la boda.  La boda representa el acto de ser investido Cristo de la dignidad de Rey.  La 116 ciudad santa, la nueva Jerusalén, que es la capital de su reino y lo representa, se llama "la novia, la esposa del Cordero".  El ángel dijo a Juan: "Ven acá; te mostraré la novia, la esposa del Cordero". "Me llevó en el Espíritu -agrega el profeta-, y me mostró la santa ciudad de Jerusalén, descendiendo del cielo, desde Dios" (Apoc. 21: 9, 10, VM).  Salta, pues, a la vista que la Esposa representa la ciudad santa, y las vírgenes que van al encuentro del Esposo simbolizan a la iglesia.  En el Apocalipsis, el pueblo de Dios lo constituyen los invitados a la cena de las bodas. (Apoc. 19: 9.) Si son los invitados, no pueden representar también a la esposa.  Cristo, según el profeta Daniel, recibirá del Anciano de días en el cielo "el dominio, y la gloria, y el reino", recibirá la nueva Jerusalén, la capital del reino, "preparada como una novia, engalanada para su esposo" (Dan. 7: 14; Apoc. 21: 2, VM).  Después de recibir el reino, vendrá en su gloria como Rey de reyes y Señor de Señores, para redimir a los suyos, que "se sentarán con Abrahán, e Isaac y Jacob" en su reino (Mat.  8: 11 ; Luc. 22: 30), para participar de la cena de las bodas del Cordero.
La proclamación; "¡He aquí que viene el Esposo!" dada en el verano de 1844, indujo a miles de personas a esperar el advenimiento inmediato del Señor.  En el tiempo señalado vino el Esposo, no a la tierra, como el pueblo lo esperaba, sino hasta donde estaba el Anciano de días en el cielo, a las bodas; es decir, a recibir su reino.  "Las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y fue cerrada la puerta".  Su pueblo no iba a asistir en persona a las bodas ya que éstas se verifican en el cielo mientras que ellos están en la tierra. Los discípulos de Cristo han de esperar "a su Señor, cuando haya de volver de las bodas" (Luc. 12: 36, VM).  Pero deben comprender su obra, y seguirle por fe mientras entra en la presencia de Dios.  En ese sentido se dice que ellos van con él a la boda.

Según la parábola, las que tenían aceite en sus vasos con sus lámparas, entraron a la boda.  Los que, junto con el conocimiento de la verdad de las Escrituras tenían el Espíritu 117 y la gracia de Dios, y que en la noche de su amarga prueba habían esperado con paciencia escudriñando la Biblia en busca de más luz, reconocieron la verdad referente al santuario en el cielo y al cambio operado en el ministerio del Salvador, y por fe lo siguieron en su obra en el santuario celestial.  Y todos los que por el testimonio de las Escrituras aceptan las mismas verdades, y siguen por fe a Cristo mientras se presenta ante Dios para efectuar la última obra de mediación y para recibir su reino a la conclusión de ésta, a ellos se los representa como si entraran a la boda.

En la parábola del capítulo 22 de Mateo se emplea la misma figura de la boda y se ve a las claras que el juicio investigador se realiza antes de ella.  Antes que se lleve a cabo entra el Rey para ver a los huéspedes, y cerciorarse de que todos llevan las vestiduras de boda, el manto inmaculado del carácter, lavado y emblanquecido en la sangre del Cordero. (Mat. 22: 11; Apoc. 7: 14.) Al que se lo encuentra sin el traje apropiado, se lo expulsa, pero todos los que al ser examinados tienen las vestiduras de bodas, son aceptados por Dios y juzgados dignos de participar en su reino y de sentarse en su trono.  La tarea del juicio investigador es examinar los caracteres y determinar quiénes están preparados para el reino de Dios; es la obra final que se lleva a cabo en el santuario celestial.

Cuando termine este examen, cuando se haya fallado respecto de los que en todos los siglos profesaron ser discípulos de Cristo, entonces y no antes habrá terminado el tiempo de gracia, y se cerrará la puerta de la misericordia.  Así que las palabras: "Las que estaban preparadas entraron con él a las bodas, y fue cerrada la puerta", nos conducen a través del ministerio final del Salvador, hasta el momento cuando quedará terminada la gran obra de la salvación del hombre.

El Servicio de los dos compartimientos

En el servicio del santuario terrenal que, como ya lo vimos, es una figura del servicio que se efectúa en el 118 santuario celestial, cuando el sumo sacerdote entraba el día de la expiación en el lugar santísimo terminaba el servicio en el primer departamento.  Dios mandó: "No ha de haber hombre alguno en el Tabernáculo de Reunión cuando él entrare para hacer expiación dentro del Santuario, hasta que salga" (Lev. 16: 17, VM).  Así que cuando Cristo entró en el lugar santísimo para consumar la obra final de la expiación, cesó su ministerio en el primer departamento.  Pero cuando terminó el servicio que se realizaba en el lugar santo, se inició el ministerio en el lugar santísimo.  Cuando en el servicio simbólico el sumo sacerdote salía del lugar santo el día de la expiación, se presentaba ante Dios para ofrecer la sangre de la víctima ofrecida por el pecado de todos los israelitas que se arrepentían verdaderamente.  Así también Cristo sólo había terminado una parte de su obra como intercesor nuestro para empezar otra, y sigue aún ofreciendo su sangre ante el Padre en favor de los pecadores.

Este asunto no lo entendieron los adventistas de 1844.  Después de transcurrida la fecha cuando se esperaba al Salvador, siguieron creyendo que su venida estaba cercana; sostenían que habían llegado a una crisis importante y que había cesado la obra de Cristo como intercesor del hombre ante Dios.  Les parecía que la Biblia enseñaba que el tiempo de gracia concedido al hombre terminaría poco antes de la venida misma del Señor en las nubes del cielo.  Eso parecía desprenderse de los pasajes bíblicos que indican un tiempo cuando los hombres buscarán, golpearán y llamarán a la puerta de la misericordia, sin que ésta se abra.  Y se preguntaban si la fecha cuando habían esperado la venida de Cristo no señalaba más bien el comienzo de ese período que debía preceder inmediatamente a su venida.  Al haber proclamado la proximidad del juicio, consideraban que habían terminado su labor en favor del mundo, y no sentían más la obligación de trabajar por la salvación de los pecadores, en tanto que las mofas atrevidas y blasfemas de los impíos les parecían una evidencia adicional de que el Espíritu de Dios se había retirado de los que rechazaron su misericordia.  Todo esto los 119 confirmaba en la creencia de que el tiempo de gracia había terminado, o, como decían ellos entonces, que "la puerta de la misericordia estaba cerrada".

Se abre otra puerta

Pero una luz más brillante surgió como resultado del estudio de la cuestión del santuario.  Vieron entonces que tenían razón al creer que el fin de los 2.300 días, en 1844, había marcado una crisis importante. Pero si bien era cierto que se había cerrado la puerta de esperanza y de gracia por la cual los hombres habían encontrado acceso a Dios durante 1.800 años, se les abría otra puerta, y el perdón de los pecados se ofrecía a los hombres por la intercesión de Cristo en el lugar santísimo.  Una parte de su obra había terminado sólo para dar lugar a otra.  Había aún una "puerta abierta" para entrar en el santuario celestial donde Cristo oficiaba en favor del pecador.

Entonces comprendieron el significado de las palabras que Cristo dirigió en el Apocalipsis a la iglesia, correspondiente al tiempo cuando ellos mismos vivían: "Estas cosas dice el que es santo, el que es veraz, el que tiene la llave de David, el que abre, y ninguno cierra, y cierra, y ninguno abre: Yo conozco tus obras: he aquí he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie podrá cerrar" (Apoc. 3: 7, 8, VM).

Los que por fe siguen a Jesús en su gran obra de expiación, reciben los beneficios de su acción mediadora, mientras que los que rechazan la luz que pone en evidencia este ministerio, no reciben beneficio alguno.  Los judíos que rechazaron la luz concedida en ocasión del primer advenimiento de Cristo, y se negaron a creer en él como Salvador del mundo, no podían ser perdonados por su intermedio.  Cuando después de la ascensión Jesús entró por medio de su propia sangre en el santuario celestial para derramar sobre sus discípulos las bendiciones de su mediación, los judíos quedaron en completa oscuridad y siguieron presentando 120 sacrificios y ofrendas inútiles.  Había cesado el ministerio de los símbolos y sombras.  La puerta por la cual los hombres habían encontrado antes acceso a Dios, ya no estaba abierta.  Los judíos se habían negado a buscarlo de la sola manera como podía ser encontrado entonces: por el sacerdocio en el santuario del cielo.  No tenían, por consiguiente, comunión con Dios.  La puerta estaba cerrada para ellos.  No conocían a Cristo como el verdadero sacrificio y el único mediador ante Dios; de ahí que no pudieran recibir los beneficios de su mediación.

La condición de los judíos ilustra el estado de los indiferentes e incrédulos entre los profesos cristianos que desconocen voluntariamente la obra de nuestro misericordioso Sumo Sacerdote. En el servicio típico, cuando el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo, todos los hijos de Israel debían reunirse cerca del santuario y humillar sus almas del modo más solemne ante Dios, a fin de recibir el perdón de sus pecados y no ser separados de la congregación. ¡Cuánto más esencial es que en nuestra época, de la cual el día de la expiación es un símbolo, comprendamos la obra de  nuestro Sumo Sacerdote, y sepamos qué deberes nos incumben!.

El resultado de rechazar el mensaje

Los hombres no pueden rechazar impunemente los avisos que Dios, en su misericordia, les envía.  Un mensaje fue enviado del cielo al mundo en tiempos de Noé, y la salvación de los hombres dependía de la manera como ellos aceptaban ese mensaje.  Por el hecho de que la raza humana, pecadora, había rechazado la amonestación, el Espíritu de Dios se retiró de ella y pereció en las aguas del diluvio.  En los días de Abrahán la misericordia dejó de alegar con los culpables vecinos de Sodoma, y todos, excepto Lot con su mujer y sus dos hijas, fueron consumidos por el fuego que descendió del cielo.  Otro tanto sucedió en los días de Cristo.  El Hijo de Dios declaró a los judíos incrédulos de aquella generación: "He aquí vuestra casa os es dejada desierta" (Mat. 23: 38).  Al 121 considerar los últimos días, el mismo Poder infinito declara respecto de los que "no recibieron el amor de la verdad para ser salvos": "Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira; a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se  complacieron en la injusticia" (2 Tes. 2: 10-12).  A medida que se rechazan las enseñanzas de su Palabra, Dios retira su Espíritu y deja a los hombres en brazos del engaño que tanto les gusta.

Pero Cristo intercede aún por el hombre, y se otorgará luz a los que la buscan.  Aunque esto no lo comprendieron al principio los adventistas, les resultó claro después, a medida que los pasajes bíblicos que definen su verdadera posición empezaron a volverse inteligibles.

Cuando pasó la fecha fijada en 1844, los que aún conservaban la fe adventista pasaron por un período de aguda prueba.  Su único alivio, en lo concerniente a determinar cuál era su verdadera posición, fue la luz que dirigió sus mentes hacia el santuario celestial.  Algunos dejaron de creer en la manera como habían calculado antes los períodos proféticos, y atribuyeron a factores humanos o satánicos la poderosa influencia del Espíritu Santo que había acompañado al movimiento adventista.  Otros creyeron firmemente que el Señor los había conducido en su experiencia pasada; y mientras esperaban, velaban y oraban para conocer la voluntad de Dios, llegaron a comprender que su gran Sumo Sacerdote había empezado a desempeñar otro ministerio y, siguiéndolo por fe, fueron inducidos a ver además la obra final de la iglesia.  Obtuvieron un conocimiento más claro de los mensajes de los primeros ángeles, y quedaron preparados para recibir y dar al mundo la solemne amonestación del tercer ángel de Apocalipsis 14 (El Gran Conflicto, págs. 476-485).

El santuario y el sábado

"Fue abierto el templo de Dios en el cielo, y fue vista en su templo el arca de su pacto"  (Apoc. 11: 19, VM).  El arca 122 del pacto de Dios está en el lugar santísimo, en el segundo departamento del santuario.  En el servicio del tabernáculo terrenal, que servía "de mera representación y sombra de las cosas celestiales", este departamento sólo se abría en el gran día de la expiación para la purificación del santuario.  Por consiguiente, la proclamación de que el templo de Dios fue abierto en el cielo y fue vista el arca de su pacto, indica que el lugar santísimo del santuario celestial fue abierto en 1844, cuando Cristo entró en él para consumar la obra final de la expiación.  Los que por fe siguieron a su gran Sumo Sacerdote cuando dio principio a su ministerio en el lugar santísimo, contemplaron el arca de su pacto.  Al estudiar el asunto del santuario, llegaron a entender que se había realizado un cambio en el ministerio del Salvador, y vieron que estaba oficiando entonces como intercesor ante el arca de Dios, y que ofrecía su sangre en favor de los pecadores.

El arca que estaba en el tabernáculo terrenal contenía las dos tablas de piedra, en las que estaban inscriptos los preceptos de la ley de Dios.  El arca era sólo un receptáculo de las tablas de la ley, y era esa ley divina la que daba valor y carácter sagrado a aquélla.  Cuando se abrió el templo de Dios en el cielo, se vio el arca del pacto.  En el lugar santísimo, en el santuario celestial, se encuentra consagrada y entronizada la ley divina, la ley promulgada por el mismo Dios entre truenos en el Sinaí y escrita con su propio dedo en las tablas de piedra.

La ley de Dios que se encuentra en el santuario celestial es el gran original del cual eran copia exacta los preceptos grabados en las tablas de piedra y consignados por Moisés en el Pentateuco.  Los que llegaron a comprender este punto importante fueron inducidos a reconocer el carácter sagrado e invariable de la ley divina.  Comprendieron mejor que nunca la fuerza de las palabras del Salvador: "Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni siquiera una jota ni un tilde pasará de la ley" (Mat. 5: 18, VM).  Como la ley de Dios es una revelación de su voluntad, un trasunto de su carácter, debe permanecer para siempre "como testigo fiel en el cielo".  Ni 123 un mandamiento ha sido anulado; ni un punto ni un tilde han sido cambiados.  Dice el salmista: "¡Hasta la eternidad, oh Jehová, tu palabra permanece en el cielo!" "Seguros son todos sus preceptos; establecidos para siempre jamás"  (Sal. 119: 89; 111: 7, 8, VM).

En el corazón mismo del Decálogo se encuentra el cuarto mandamiento, tal cual fue proclamado originalmente: "Recuerda el día del sábado para santificarlo.  Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el séptimo es día de descanso para Yahvé, tu Dios.  No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad.  Pues en seis días hizo Yahvé el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahvé el día del sábado y lo hizo sagrado" (Exo. 20: 8-11, Biblia de Jerusalén).
El Espíritu de Dios obró en los corazones de esos cristianos que estudiaban su Palabra, y quedaron convencidos de que, sin saberlo, habían transgredido este precepto al despreciar el día de descanso del Creador.  Empezaron a examinar las razones por las cuales se guardaba el primer día de la semana en lugar del día que Dios había santificado.  No pudieron encontrar en la Sagrada Escritura prueba alguna de que el cuarto mandamiento hubiera sido abolido o de que el día de reposo hubiese sido cambiado; la bendición que desde un principio santificaba el séptimo día no había sido nunca revocada.  Habían procurado honradamente conocer y hacer la voluntad de Dios; al reconocerse transgresores de la ley divina, sus corazones se llenaron de pena y para manifestar su lealtad a Dios guardaron su santo sábado.

Se hizo cuanto se pudo por conmover su fe.  Nadie podía dejar de ver que si el santuario terrenal era una figura o modelo del celestial, la ley depositada en el arca en la tierra era exacto trasunto de la ley encerrada en el arca del cielo; y que aceptar la verdad relativa al santuario celestial incluía el reconocimiento de las exigencias de la ley de Dios y la obligación de guardar el sábado del cuarto mandamiento.  En 124 esto estribaba el secreto de la oposición violenta y resuelta que se le hizo a la exposición armoniosa de las Escrituras que revelaban el servicio desempeñado por Cristo en el santuario celestial.  Los hombres trataron de cerrar la puerta que Dios había abierto y de abrirla que él había cerrado.  Pero "el que abre, y ninguno cierra; y cierra, y ninguno abre", había declarado: "He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie podrá cerrar" (Apoc. 3: 7, 8, VM).  Cristo había abierto la puerta, o ministerio, del lugar santísimo; la luz brillaba desde la puerta abierta del santuario celestial, y se vio que el cuarto mandamiento estaba incluido en la ley allí encerrada; lo que Dios había establecido, nadie podía derribarlo.

Los que habían aceptado la luz referente a la mediación de Cristo y a la perpetuidad de la ley de Dios, encontraron que éstas eran las verdades presentadas en el capítulo 14 de Apocalipsis.  Los mensajes de este capítulo constituyen una triple amonestación que debe servir para preparar a los habitantes de la tierra para la segunda venida del Señor.  La declaración: "Ha llegado la hora de su juicio", indica la obra final de la actuación de Cristo para la salvación de los hombres.  Presenta una verdad que debe seguir siendo proclamada hasta el fin de la intercesión del Salvador y su regreso a la tierra para llevar a su pueblo consigo.  La obra del juicio que empezó en 1844 debe proseguir hasta que sean falladas las causas de todos los hombres, tanto de los vivos como de los muertos; debe extenderse hasta el fin del tiempo de gracia concedido a la humanidad.  Y para que los hombres estén debidamente preparados para subsistir en el juicio, el mensaje les manda: "Temed a Dios y dadle gloria . . . y adorad al que hizo el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de las aguas".  El resultado de la aceptación de estos mensajes está indicado en las palabras: "Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús".  Para subsistir ante el juicio el hombre tiene que guardar la ley de Dios.  Esta ley será la piedra de toque en el juicio (El Gran Conflicto, págs. 486-489). 125

PREGUNTAS PARA MEDITAR

1. ¿Cuál fue la clave que aclaró el misterio de la desilusión de 1844? (Pág. 112.)
2. Mencione dos versículos bíblicos que señalan el ministerio de Cristo en el lugar santísimo. (Pág. 112.)
3. ¿Qué "venida" de Cristo es la que se describe en Daniel 7: 13 y Malaquías 3: 1? ( Pág. 113.)
4. Mientras se eliminan los pecados de los creyentes arrepentidos del santuario celestial, ¿qué obra especial de purificación debe realizarse entre el pueblo de Dios en la tierra? (Pág. 114.)
5. ¿Qué dos clases de personas entre los creyentes adventistas del verano y el otoño de 1844 estaban representadas por las vírgenes prudentes y fatuas? (Pág. 115.)
6. ¿Quién es la novia de Cristo? (Pág. 116.)
7. ¿Quiénes son los "invitados" a la boda? (Pág. 116.)
8. ¿Qué figura emplea la parábola de Mateo 22 para representar la obra del juicio? (Pág. 117.)
9. ¿Por qué, por algún tiempo después del chasco, los adventistas dejaron de preocuparse por la salvación de los pecadores? (Págs. 118, 119.)
10. Inmediatamente después del chasco, ¿cuál fue la interpretación adventista en cuanto a la "puerta cerrada"? (Pág. 119.)
11. ¿Qué se entendió luego por la "puerta abierta", y quién la había abierto? (Pág. 119.)
12. Al abrirse el templo del cielo, ¿qué se reveló? (Págs. 121, 122.)
13. ¿Qué relación existe entre la ley de Dios que se encuentra en el santuario celestial, y la ley que se había depositado en el arca, en el santuario terrenal? (Págs. 122, 123.) 126 




  

 
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